Sábado. Cómo me gustan los fines de semana y qué poquito los disfruto últimamente. Razones económicas, no de espíritu. El día que me falte el ánimo juerguista, será la señal definitiva de que debéis rematarme y, a ser posible, de la manera que menos sufra, que se supone que me queréis.
Aquí estoy, en plenas vacaciones de S.Santa, sin más agobios que los que me llegan en forma de malas noticias a través de los medios (que no son pocas, ojo).
Por lo demás, sigo adelante y hoy toca fiesta. Voy de cumple, me pondré mona, me agarraré una simpática tajá y algún mosconcillo en el mismo o peor estado que yo hará amago de tirarme los tejos. O lo mismo la que lanza la caña soy yo. Según el espíritu que me invada en el momento, no soy tan predecible y además se me va bastante la pinza cuando de vosotros, mocetes, se trata.
El caso es que me ha venido a la cabeza esta tarde una canción que desde pequeña hace que me estalle el corazón por su fuerza, su sentimiento, esa voz... Y cada vez que vuelve a mi vida, cobra más sentido.
Me acordaba con algo de tristeza de aquél último que me tuvo en vilo y jugó conmigo. No con odio, no con pena, no con sentimientos negativos; tan solo un poco de tristeza y no por él sino por mí. Si hubiese aprendido la lección la primera vez que me pasó, lo mismo otro gallo cantaría.
O no.
Bámbola significa muñeca, pero la palabra bambolear me evoca a un punching ball que recibe golpes uno tras otro. No fuertes, pero continuos, provocando ese vaivén estilo metrónomo del que estoy bastante harta. Por eso, como propósito de enmienda, declaro el día de hoy como el inicio del 'No More Bamboling Lifestyle'.
Y con mi canto de guerra, me dispongo a prepararme y salir a quemar la noche.